
AGUAFUERTE-
El río ha vuelto a crecer. Hoy amaneció nublado y muy frío. Por la tarde, el agua invadió el campo detrás de la casa, apenas se podía pasar por el camino de la lanera, que estará cortado al amanecer. Porque seguirá creciendo.
Esta noche el frío es tremendo. Está helando. El cielo, muy bajo, reventón de humedad, brilla anaranjado por las luces del centro. El viento, que se había calmado casi por completo, está volviendo a soplar, terrible y despiadado, sobre el panorama desolador y triste de la inundación.
Ha vuelto a llover. Una llovizna gélida y fina, insidiosa. El humo de las estufas corre casi horizontal luchando por subir entre la humedad que se vuelve espesa, donde se mezclan el hedor del barro y el aroma a eucaliptos.
El viento volvió a detenerse, sólo se siente el repiqueteo de un alambre contra el techo. Por poco tiempo. Cuando vuelve a soplar, el leve repique se vuelve furioso redoblar mientras el agua azota las ventanas y el frío y la humedad invaden todo, menos el hueco tibio y pequeño de la cama donde he buscado refugio. Luego de atrincherarme detrás de un montón de frazadas empieza otra noche interminable, lúcida y demorada, mientras alcanzo un frágil bienestar, amparada en el íntimo consuelo de mi propio calor. Hasta que me doy cuenta de ello.
E.D. 12/7/2000.
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